Desde chica tengo un rechazo absoluto por las figuras de yeso de los jardines, particularmente a los duendes miniatura tipo Blanca Nieves.
El asunto es que los vecinos no ponen uno ni dos, ya que ligerito agarran la fiebre del coleccionista empedernido y llenan con más duendecillos los rincones de las plantas y maceteros.
Y lo peor está por venir, ya que cuando encuentran que se están poniendo poco originales para adornar el antejardín, no encontraron nada mejor que comprarse una figura de un niño negro poseedor de una blanca e imborrable sonrisa de oreja a oreja, a prueba de lluvias torrenciales o derretibles 35° de calor, vestido con gorro y ropa de yeso algo andrajosa.
Esta nueva adquisición –que desde el día uno le ponen un nombre preferentemente “Tomy” o “Pedrito” (y que más encima te lo presentan– lo sientan en una silla o banquito cerca de la puerta de entrada para que se vea bien, por supuesto. La verdad es que no lo entiendo, tal vez se pasan el rollo de que el niño pintado le da el toque exótico y cosmopolita a la cuadra… media racista la cursilería en todo caso, ¿por qué no ponen mejor un cabro chileno, por qué tiene que ser un niño negro?, ¿Acaso porque un niño negro es más chori?
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